20 de enero de 2015 El Nuevo Día, por Efrén Rivera Ramos/ Catedrático de Derecho
He visitado el proyecto Casa Pueblo de Adjuntas en más de una ocasión. Cada vez que lo hago, me produce una emoción nueva. No sé si serán los logros sostenidos de más de treinta años de trabajo. Si será el entusiasmo de sus líderes y colaboradores, entre ellos, los miembros de la familia Massol Deyá, piedras angulares de esta iniciativa comunitaria. Si será acaso la nostalgia de un futuro colectivo que tarda tanto en llegar. O todas las anteriores.
Doña Faustina “Tinti” Deyá, figura clave del proyecto, nos explica con claridad la fórmula que los ha inspirado: ciencia, cultura y comunidad es igual a victoria. Pronto nos damos cuenta de que no se trata de una mera consigna. Es un convencimiento profundo sobre el valor insustituible de cada uno de los términos de esa ecuación.
Por ciencia quieren decir que no acometen ninguna campaña sin haber estudiado, con ayuda de científicos y otros especialistas, la naturaleza y dimensiones del problema que acometen, sea la propuesta de explotación de las minas de cobre, plata y oro a cielo abierto en la década de 1980 o, en tiempos más recientes, la construcción proyectada del gasoducto que atravesaría la isla con efectos devastadores. Lo suyo es estudiar, entender, sustentar y luego denunciar con datos y conocimiento de causa. No es de extrañar, pues, la colaboración constante que han mantenido con la comunidad científica y académica. Esta actitud es admirable en un país tan dado a la especulación y a la circulación de opiniones sin sustento.
La cultura entra en acción en sus estrategias de divulgación, movilización y organización comunitaria. Se trata de utilizar las experiencias culturales, a través del cultivo de las artes y las tradiciones populares, como medio para educar, cohesionar y forjar lazos duraderos con grupos y comunidades. Es la cultura como experiencia de vida y modo de hacer comprensibles las conclusiones de la ciencia. Esto también constituye un aporte a un país necesitado de expresiones simbólicas que le den sentido a las luchas por ser una comunidad mejor.
La comunidad es el eje, pues la comunidad organizada es la fuerza motriz del cambio. El énfasis que ponen en la educación se refleja en su estación de radio, en el Instituto Comunitario de Biodiversidad y Cultura y en el proyecto del Bosque Escuela, que sirve de escenario natural para la transmisión de saberes y valores a estudiantes de toda la isla.
Los responsables de Casa Pueblo han querido que el proyecto sea autosuficiente. Operan en gran medida con los ingresos que generan su modesta operación comercial de café, bajo la marca Madre Isla, su tienda de artesanías, libros y otros materiales educativos y las aportaciones y donativos del público.
Finalmente, nos explican, han asumido la posición de que sus denuncias y protestas deben ir acompañadas de propuestas. Enfrentaron la descabellada idea de la explotación minera con una propuesta innovadora de preservación de un bosque manejado por la propia comunidad. A los intentos de herir la cordillera con un gasoducto mal concebido han respondido con el “posterriqueño”, creación de un grupo de investigadores académicos y de jóvenes boricuas que podría iluminar las vías públicas del país con un ahorro sustancial de energía y dinero público.
Casa Pueblo demuestra que hay proyectos que no sólo tienen valor en sí mismos, sino que funcionan como modelos del país posible. Por fortuna, contamos con un buen número de ellos. Que el país sepa aprovechar todo su potencial, es otra cosa.
Con frecuencia esos proyectos tienen que batallar contra todo tipo de obstáculos: el partidismo político, el clientelismo, la burocracia, la envidia, la indiferencia, la incomprensión, los intentos de control de otros grupos, la persecución y la oposición abierta o velada de intereses a los que no conviene que se piense en un futuro diferente. La persistencia de quienes siguen echando adelante esas iniciativas valiosas, contra viento y marea, es otra contribución al temple colectivo.
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