Café Madre Isla: autosuficiencia económica al servicio de la gestión comunitaria

La Beca de Periodismo de Soluciones 2025

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Por Zaida Claudio Piñero
Beca de Periodismo de Soluciones Jennifer Wolff 2025

“Estábamos envueltos en la lucha antiminera, siempre en la resistencia y no teníamos tiempo para fijarnos en otras cosas, pero ese día nos fijamos en la belleza del color blanco de la flor. Mientras íbamos en el carro Tinti Deyá y yo, vimos ese cafetal florecido”, recordó el fundador de Casa Pueblo, Alexis Massol González.
Era 1989 y en lo alto de una montaña en el barrio Mameyes de Jayuya brotó la idea del Café Madre Isla.
Tinti, su esposa y cofundadora de Casa Pueblo, propuso crear un proyecto de autosuficiencia económica basado en el café, aunque de este producto solo sabían tomárselo “prieto y puya”.

Entonces convocaron a la comunidad, pidieron ayuda a quienes sí conocían sobre la tierra y, sin saber cultivar aún, su amigo y artista plástico Danny Torres les diseñó la etiqueta. Así comenzó el Café Madre Isla: con un paseo, una flor y el deseo urgente de sufragar los gastos de las iniciativas comunitarias de la organización.
En medio de las protestas contra la minería a cielo abierto en la cordillera central -jornada que se extendió por 15 años- la caficultura surgió como una alternativa para la estabilización económica de Casa Pueblo y su sostenibilidad a largo plazo. Aprendiendo sobre el café, encontraron mucho más que un cultivo: hallaron una herramienta concreta para construir una economía propia desde la raíz.

Fue así que, concluida la lucha antiminera en 1995, Casa Pueblo tuvo recursos para continuar implementando sus propuestas de transformación social. En 2025, cumplió 45 años de autogestión comunitaria.

“El proyecto del café es uno de los pilares de la operación y la gestación misma de Casa Pueblo”, aseveró el hijo de los cofundadores y actual director ejecutivo de la organización, Arturo Massol Deyá.

Gracias a los ingresos generados por este café, la organización mantiene sus puertas abiertas siete días a la semana, ofreciendo servicios comunitarios, protegiendo los bosques, promoviendo la educación ambiental y liderando proyectos de energía renovable.

El Café Madre Isla ha contribuido económicamente al funcionamiento de proyectos comunitarios tales como la Escuela Comunitaria de Música, la Galería de Arte Joaquín Parrilla, el Bosque Escuela La Olimpia Ariel Massol Deyá, entre otros, todos esenciales para el desarrollo integral de Adjuntas.

Más allá de su impacto local, Café Madre Isla ha financiado acciones solidarias de alcance nacional, como la primera instalación solar fuera de Casa Pueblo, en el campamento de desobediencia civil de Monte David en Vieques, y estudios científicos sobre contaminación por metales pesados en la isla municipio. Esta autosuficiencia económica le permite a Casa Pueblo actuar con agilidad y compromiso en causas que trascienden su ámbito inmediato.

Dentro de la economía de Casa Pueblo convergen el trabajo voluntario, las donaciones de personas y entidades privadas, la tienda artesanal y otros servicios que ofrece la organización. Sin embargo, el Café Madre Isla se ha convertido en el eje que sostiene sus proyectos.

Uso del dinero

Instrumento de libertad
La trascendencia del café es todavía mayor. Para Massol Deyá, el proyecto Café Madre Isla simboliza más que una fuente de ingresos: representa la capacidad real de decidir.
“La autosuficiencia económica es lo que nos ha permitido tener voz propia, construir desde nuestra agenda y no desde lo que otros puedan imponer”, afirmó. “En nuestro caso, autosuficiencia es poder generar los recursos necesarios para ejercer el derecho a la autodeterminación”.
Para Casa Pueblo, eso implica libertad: de acción, de pensamiento, de construcción de país. La economía propia es el terreno fértil desde donde se gestan iniciativas, se defienden territorios y se construyen futuros posibles. Esa independencia económica, anclada en el quehacer cotidiano del café, no solo sustenta el trabajo, sino que garantiza que la comunidad pueda resistir, proponer y construir desde sus propios términos.

Un trabajo verdaderamente artesanal
La producción del Café Madre Isla ha sido posible, desde el primer día, por la contribución de muchas manos y el junte de capacidades diversas.
“Comprábamos el café a Millo Pérez, pero como no teníamos dinero para pagarlo, él nos lo daba a consignación”, rememoró Massol González. “Y Don Sindo tenía una tostadora disponible. Yo iba con Ariel Massol (el menor de sus cuatro hijos) y él nos tostaba y molía el café en Utuado”.
Por la noche regresaban con los sacos llenos, y Tinti y Alexis llenaban los frascos de cristal con una cuchara. Con el tiempo, lograron comprar un molino, lo que les permitió agilizar el proceso sin perder el cuidado artesanal con el que comenzaron.
Así evolucionó el proceso, paso a paso, como quien va subiendo un escalón sin prisa, pero con firmeza. Una vez el café preparado, llenaban los frascos y de inmediato pasaban a una mesa de trabajo. Allí, una persona pesaba con precisión, ajustaba el contenido—añadiendo o quitando según fuera necesario—y lo pasaba a la siguiente mano, quien colocaba la tapa. Luego, otra persona le ponía un cintillo para sellarlo. Finalmente, alguien cogía el frasco terminado y lo acomodaba en una caja, dejándolo listo para su distribución.
El proceso fue refinándose con el tiempo. Con la adquisición de una tostadora propia todo comenzó a hacerse en Casa Pueblo. Ese salto fue un nuevo aprendizaje colectivo.
Tostar, moler y envasar se convirtió en un ciclo que ocurría allí mismo, en un solo espacio, casi como un latido. Cada paso aprendido no solo fortalecía el proyecto, sino que afirmaba el compromiso de hacer del café una herramienta de autogestión, arraigo y dignidad.
Para distribuirlo, Tinti tuvo una idea sencilla pero poderosa: creó La Tiendita. Un espacio dentro de Casa Pueblo se convirtió en el primer punto de venta oficial del Café Madre Isla, pero también en algo más profundo: un escaparate del esfuerzo colectivo, de la resistencia convertida en aroma.
Desde allí, frasco a frasco, el café comenzaba su ruta hacia las manos del pueblo, llevando consigo no solo sabor, sino también una historia de lucha, siembra y autogestión. Con el tiempo, la distribución se expandió más allá de las paredes de Casa Pueblo. Hoy en día, Café Madre Isla también se vende de manera virtual a través de su página web, y varios comerciantes lo distribuyen en sus negocios.

La fundación

En principio, el Café Madre Isla se hacía con los granos comprados a pequeños agricultores de Adjuntas, una decisión consciente que apostaba por la economía local y que, para Casa Pueblo, era motivo de orgullo.
No obstante, después del huracán María (2017) comenzaron a cultivar su propio café en un terreno de 10 cuerdas, justo donde se encuentra el transmisor de Radio Casa Pueblo. “Decidimos probar sembrándolo nosotros mismos”, expresó Massol González.
En el 2024 se lanzó la primera tirada de café cosechado por la organización.
Durante décadas, el modelo tradicional del café en Puerto Rico dejó al agricultor con la parte más dura y riesgosa de la cadena: sembrar, cultivar y cosechar, mientras las grandes corporaciones eran quienes procesaban, empacaban y distribuían, llevándose así la mayor parte de la riqueza generada, apuntó Massol Deyá.
Frente a esa lógica desigual, el Café Madre Isla se alza como un modelo de autosuficiencia comunitaria que ha transformado radicalmente la ecuación: desde la siembra hasta la taza, toda la cadena de valor es manejada por Casa Pueblo. Aquí se cultiva, se procesa, se envasa y se distribuye el café, y los beneficios se reinvierten directamente en la comunidad a través de Casa Pueblo.

Crea empleos y promueve el voluntariado
En Casa Pueblo, quienes trabajan en la finca de Café Madre Isla no son vistos solo como empleados, sino como parte de una familia comprometida con un proyecto mayor. Su labor diaria —enfrentando el calor, las plagas, la escasez de manos y los embates del cambio climático— es reconocida como un acto de entrega y valentía. Por eso, en una época en que trabajar la tierra parece cuesta arriba, su esfuerzo es celebrado como un acto verdaderamente heroico.
Edwin Vázquez y Miguel Vázquez, con manos firmes y corazón arraigado a la tierra, han sido pilares en la siembra, el cuidado y la cosecha del café en la finca Madre Isla, donde cada jornada de trabajo es también un acto de compromiso con la comunidad.

Empleados

El Café Madre Isla es fruto de un esfuerzo colectivo que comienza en la finca con el trabajo incansable de los hermanos Vázquez, y continúa ciertas madrugadas al mes con José “George” Vera Castellano, Maribel Vázquez, Olga Pagán, Axel Massol y Jaime Vázquez, quienes en equipo tuestan, muelen y envasan el café. Juntos forman una cadena de manos solidarias que cultivan mucho más que café: soberanía, dignidad y esperanza.
Además, el voluntariado ha sido fundamental para sostener la operación, integrando a personas y organizaciones en cada etapa del proceso, desde la siembra hasta el empaquetado del café, fortaleciendo así el tejido comunitario de Adjuntas.
Entre los que han asumido este compromiso colectivo están la Universidad de Illinois, cuyos estudiantes y profesores —liderados por Sara Bartumeus Ferré— han participado en labores agrícolas y educativas, y Let’s Share the Sun Foundation, que además de apoyar proyectos solares, ha contribuido directamente en la cosecha y procesamiento del café, con la participación de sus fundadores Nancy Brennan-Jordan y Bill Jordan.
También han colaborado alumnos de escuelas públicas y privadas y universidades locales, los estudiantes de internado, y personas que buscan experiencias de inmersión en Casa Pueblo.

Inspiración para otras personas
Una vez en marcha, el Café Madre Isla generó interés de otras personas en producir su propio café. Tal como ha pasado con la transición energética, no fueron pocos los que se acercaron a la casa pidiendo consejo sobre cómo hacerlo posible.
“De pronto empezaron a acercarse personas diciendo: ‘yo quiero producir mi propio café, y voy a ir a Adjuntas a ver cómo ustedes lo hacen’”, señaló.
Café Madre Isla, subrayó, ha sido semilla: no solo de café, sino de nuevas formas de vivir, resistir y crear país.
Ada Ramona Miranda Alvarado, propietaria y fundadora de la Hacienda Las Malcriá en Adjuntas, recuerda con claridad el momento en que Café Madre Isla le cambió su perspectiva. Conocer a Casa Pueblo hace más de dos décadas marcó un antes y un después en su visión de país.
Entre tantos proyectos comunitarios, fue la historia de este café nacido de la autogestión lo que le demostró que en Puerto Rico sí se puede cultivar un café propio, digno y sostenible.
“Ver que existe un café 100% de aquí fue la inspiración para decir: sabes qué, yo también puedo intentarlo, sembrar, y ver qué pasa”. Así germinó la Hacienda Las Malcriá, de la certeza de que el café, en manos del pueblo, es mucho más que una bebida: es un ejercicio de voluntad.

Las Malcriá