Energía solar respalda el trabajo de Emergencias Médicas en Adjuntas

Por Michelle Estrada Torres

“Yo llevo 19 años en Emergencias Médicas y muy pocas veces uno siente el apoyo de la comunidad y las agencias. Y sentir que nos estaban dando ese ‘backup’ fue bien alentador, sentir que éramos apreciados”.

Así describió la ponceña Tanya Vázquez García el hecho de que la fundación con base en San Francisco Empowered by Light y Casa Pueblo mandaran a instalar un sistema de energía solar en su centro de trabajo, la estación de Adjuntas del Cuerpo de Emergencias Médicas Estatal, luego del huracán María.

Vázquez García y sus 11 compañeros en esta base están acostumbrados a servir al prójimo, no necesariamente a que se les ayude a ellos. Y durante el periodo post ciclón vivieron momentos verdaderamente difíciles para poder cumplir su misión. Por eso, este gesto de las organizaciones comunitarias fue recibido como una recompensa.

“Es una manera de recompensar a uno, de verdad que sí. Recompensa porque ellos (Casa Pueblo y Empowered by Light) saben que nosotros hemos necesitado y nos hemos visto en crisis y pensaron en nosotros”, agregó, por su parte, la paramédico adjunteña Wilda López Santiago.

Tanya, quien se desempeña como técnica de emergencias médicas básica, vivió la incertidumbre y el temor que generó el apagón general provocado por el huracán desde su trabajo. Allí estuvo tres días junto a varios compañeros y los bomberos estatales, con quienes comparten edificio en la carretera 5516.

“Ese día tuvimos comunicación como hasta las 3:00 a.m. Cuando el radio portátil dejó de funcionar, se prendió la planta eléctrica y se cargó, pero no había radio prácticamente, no había comunicación de ningún tipo, no había teléfono. Si alguien necesitaba el servicio tenía que llegar hasta aquí porque no había forma de comunicarnos”,  recordó.

Wilda, en cambio, no pudo llegar a su turno el 20 de septiembre de 2017 y tardó tres días en poder salir de su hogar en el barrio Tanamá. Al reincorporarse a sus labores, experimentó muchas limitaciones.

“Fue deprimente. Fue difícil para todos. Hacíamos lo inhumano. Traíamos baterías, flash light o los mismos teléfonos de nosotros para poder ir al baño. Era bien difícil”, indicó.

Quedarse sin luz las obligó a tener que usar el generador eléctrico asignado a la base, aunque llegaron al punto de pensar que el remedio era peor que la enfermedad.

“Fue un poquito difícil por el ruido, el olor al diesel. La planta necesitaba descanso y ya estaba teniendo desperfectos con el mucho uso. Hubo momentos en que no prendía. Fue bastante difícil”, señaló Tanya.

Wilda puntualizó que su salud se deterioró.

“Era bien difícil. El olor era inmenso a diesel. Aquí hay muchos que tenemos problemas respiratorios y nos afectó mucho. La planta era más el daño que nos hacía que la ayuda que nos daba, definitivamente. En parte nos daba un poco de luz, pero nos desayudaba porque nos dañaba la salud. A muchos aquí les da fatiga, tienen condiciones respiratorias y alergias”, sostuvo.

Dependieron del generador hasta el 22 de diciembre, cuando regresó el servicio de la Autoridad de Energía Eléctrica a la zona urbana de Adjuntas.

Mientras las trabajadoras lidiaban con su nueva realidad había un elemento que no cambiaba: la necesidad de la comunidad y su reacción de acudir por ayuda ante estas primeras respondedoras. Fue así que la base se llenó de gente.

“Como la gente no tenía luz, no tenía ningún tipo de facilidad y la carretera no estaba viable para viajar, se le trataba de dar el servicio aquí de la manera que fuera posible. Como teníamos planta eléctrica la gente venía, se le ayudaba a conectar los equipos, a que se le cargaran y mayormente necesitaban ‘support’ (apoyo) emocional”, explicó Tanya, quien vive en Adjuntas hace 17 años.

“Las personas mayores que dependían de ventiladores respiratorios venían para que les diéramos terapias o un poco de oxígeno. Era bien difícil y triste a la vez porque tenemos el equipo en la unidad, pero no da para todo el mundo. Si venía la gente los conectábamos a la toma de electricidad y los ayudábamos como podíamos. La mayoría eran personas adultas que ya tenían condiciones”, agregó Wilda.

Varios meses después del huracán, la gestión comunitaria donó placas solares y baterías, como parte de un esfuerzo por crear oasis energéticos en puntos clave del municipio que sirvieran a la población en tiempos de emergencia. 

Esto les ha dado la seguridad de que su trabajo no se interrumpirá por falta de energía eléctrica -ya lo confirmaron con el terremoto del 7 de enero- y también les ha aportado tranquilidad.

“Yo no me doy cuenta cuando se va la luz desde que están las placas solares porque sigue funcionando todo. Mejora la calidad, la seguridad de nosotros en las áreas comunes y en el estacionamiento.  Mejora el servicio al pueblo porque los radios y los teléfonos están disponibles”, comentó Tanya.

La asistente de paramédico añadió que las cuatro mujeres que laboran en esta estación se sienten ahora más protegidas.

“Con las placas podemos salir, verificar la unidad sin miedo y cuando salimos a los casos el área está clara y podemos ver que no hay peligro. Nos sentimos más seguras”, opinó.

Entretanto, Wilda resaltó la protección de la salud humana y el medioambiente que se consigue al utilizar fuentes de energía limpias y renovables.

“Esto ha sido un cambio total en la comodidad con la que trabajamos hoy día, no perdemos comunicación y tenemos claridad durante la noche. No tenemos el problema de que vamos a carecer de luz. Eso es lo mejor que han inventado y pienso que nos viene bien a nosotros y a nuestro medio ambiente. Esto nos facilita la vida y nos mejora la salud”, manifestó.

Por Michelle Estrada Torres